Caída del viejo mundo

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  • AÑO 1340 DE LA SEGUNDA EDAD

    Día 8 de diciembre de 1340 de la segunda edad

    La guerra ya ha empezado. Nuestro comandante Lord Shein nos ha encomendado la terea de proteger el paso fronterizo entre El Valle y Alameda. Algo nada esperanzador, todo sea dicho. Vamos a ser la segunda y última línea de defensa, si caemos, todo acabará.

    El día ha dado para preparar la empalizada y aprovisionar los casetines y torretas. Con todo lo que hay, estimo que no vamos a tener armamento para mas de una semana.

    Hoy quizás sea el último día que podamos dormir con cierta tranquilidad. Nuevas noticias advierten que las primeras oleadas están llegando a la primera linea, en Belldrago. La resistencia se está viendo comprometida, la última paloma que ha llegado nos informa de malas nuevas. Un mensaje apresurado, mal redactado y con una caligrafía de quien tiene la prisa por terminar de escribir y volver a su puesto sin demora.

    Una tercera parte del escuadrón ha causado baja. No imaginaba que esto fuera a llegar con tal contundencia. Me temo que en pocos días será nuestro turno para tratar de frenar el avance de la horda.

    Día 12 de diciembre de 1340 de la segunda edad

    Surrealista, sacado de alguna mente perturbada... así es como definiría la conversación que, por azar, pude escuchar entre el comandante y el hechicero Surbard. Se encontraban en los sótanos del ala este, justo al lado del almacén al que yo me dirigía para recoger los últimos petos de cuero. Sus voces susurrantes, pero firmes, me hicieron detenerme junto al ventanucho de la puerta.

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    - ¡No hay esperanza!, ¡Nunca la ha habido Shein! -Sentenció la voz ronca de Surbard.

    Estas palabras provocaron que un frío desgarrador me recorriera de los pies a la cabeza.

    - Es ahora o nunca, hay que abrir el portal, no hay tiempo que perder. La horda se nos echa encima... otra vida, otro renacer es posible... - Las últimas palabras las dijo con la mirada ausente de quien se detiene a pensar en esos sueños incumplidos.

    De qué demonios están hablando? Portal? Renacer? Hasta que punto la horda había tomado el control? Pareciese que se había perdido toda esperanza, como si ahí fuera todo hubiera sucumbido al poder del señor oscuro.

    - Las Gonias, El imperio, Belfalas, Tierra Ignéa, todas... ¡una a una han caído TODAS! ¡Maldita sea!. No tenemos medios para combatir a la horda, sólo nos queda una esperanza. Sabes que la nueva tierra es nuestro último recurso, siempre lo ha sido. Ahora más que nunca Shein. Tienes que dejar que abra el portal, tenemos que llegar a las montañas etéreas de Báladir y tomar rumbo a las tierras de Dangoria.

    - ¡Me cago en cien rameras y sus respectivas madres! ¿Por qué coño ahora? ¿Por qué a mí? Más de dos mil años de tranquilidad y tiene que ser ahora cuando todo esto revienta. - El gran puño del comandante impactó de lleno en la mesa haciendo bailar todo lo que en ella se encontraba.

    - El destino selecciona a los hombres capaces de cambiar el rumbo de la historia, Shein, no te ha tocado, te han elegido. - Con estas palabras, Surbard trató de animar, sin éxito, al comandante.

    Un largo trago de vino fue la respuesta de Shein. Aún con la copa medio vacía en la mano, se dirigió a la puerta donde me encontraba. Tal era mi ensimismamiento por lo que estaba escuchando, que tardé en reaccionar. Quizás la oscuridad que reinaba aquí abajo en los almacenes me salvaron de ser visto por el comandante. Espiar conversaciones no es un acto que esté bien mirado, conozco a varios a los que les por castigo les han arrancado alguna oreja.

    Pude agacharme justo a tiempo antes de que el comandante asomara su angulosa nariz por el hueco del ventanucho. Noté que el corazón palpitaba como caballo desbocado dentro de mí.

    Aproveché el momento en el que el comandante volvía a la mesa donde se encontraba Surbard para deslizarme como una serpiente por debajo de la puerta y perderme de nuevo en el pasillo, camino a la habitación donde se encontraba lo que había venido a buscar.

    Desaprovechando una nueva noche de cierta tranquilidad, no pude dormir pensando en las palabras de Surbard. El portal.. las tierras de Dangoria... volver a empezar... en algún momento el sueño me venció. De esa noche sólo recuerdo soñar con miles de Murgos atacando la muralla, y de cómo un enorme portal se abría en el interior de la fortaleza.

    Día 20 de diciembre de 1340 de la segunda edad

    El alba amaneció fría, como era de esperar en estos meses, pero algo reinaba en este silencio crepuscular. Era como encontrarse en el ojo de un huracán, donde una falsa tranquilidad iba precedida de una fuerte tormenta. Enseguida me di cuenta de lo que pasaba. El silencio... a estas horas los graznidos de los mirlos deberían estar resonando entre las copas de los arboles. Los pocos gallos que nos quedaban se unieron a este amanecer silencioso. Tan solo se podía escuchar el sonido de las hojas en los arboles, mecidas por las brisas del norte que llegaban a esta hora.

    Sin duda esto no traía nada bueno.

    El día transcurrió lento, aún con el ir y venir de soldados preparando el asedio todo parecía ir despacio. A mitad del día, el comandante, acompañado de Surbard, anunció la inminente llegada de la horda. Después de eso, no se les volvió a ver...

    Unas horas más tarde, en el ocaso, el incomodo silencio se fue desvaneciendo. Allá en la lejanía, detrás de la línea de montañas que protegían nuestras tierras, el retumbar de unos grandes tambores de guerra anunciaban que ya habían llegado. La noche ya caía, pero el fulgor de miles de antorchas enrojecían el horizonte. A todo esto se sumaban los canticos de guerra de los murgos en una lengua desconocida para nosotros, pero que insuflaba temor en nuestros corazones. La hora había llegado...

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    Día 22 de diciembre de 1340 de la segunda edad
    Lo que sucedió después, sería narrado durante cientos, miles de años. La gran batalla, la caida de Alameda, el éxodo... pero no me toca a mi contarlo, pues no encuentro palabras ni fuerzas que me ayuden a hacerlo. No se como, pero el destino me ha dado una oportunidad de salir vivo de aquí. La batalla ha sido larga, dos días de derramamiento de sangre. Lo que antes fueron campos de verde pasto, hoy sólo es un manto de sangre y cuerpos tendidos en el rojo y yermo suelo.

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    El final había llegado y, como un fulgor de esperanza en la lejanía, las llamas azules del portal de Owin se mostraban esperanzadoras al final del vasto y desolado campo de batalla. Surbard había logrado abrirlo, aunque a un precio muy caro. El comandante y la guardia real cayeron en su defensa. Para Surbard tampoco habían buenas noticias, puesto que una vez atravesemos el portal, el debía quedarse al otro lado para cerrarlo de nuevo.

    Así pues, desamparados, temerosos y con las fuerzas demasiado mermadas, los que aún quedábamos con vida fuimos atravesando uno a uno el portal a ese lugar desconocido, pero donde la esperanza todavía era posible.

    Sin un guía ni nadie al mando, el destino de nuestra especie queda en nuestras manos. Quedé el último para entrar, con pasos temblorosos, fui acercandome a las frías llamas azules que formaban el portal. Una luz blanca cegadora invadió todo mi ser junto a una reconfortante sensación de calidez. Perdí la consciencia del entorno y del tiempo. Caí sumido en un sueño donde solo había oscuridad... pero a lo lejos, en medio de todo ese vasto pensamiento de sombras, una llama azul iba creciendo, acercándose cada vez más a mí. Poco a poco fui recobrando la consciencia, lo suficiente como para tomar el control de mi cuerpo en esta mezcla de sueño y realidad, conforme esta nueva luz se apoderaba de todo alrededor .

    De pronto, sentí un dolor punzante y agudo en mi cabeza, como quien recibe un golpe para sacarlo de su ensimismamiento. Todo se tornó oscuro otra vez, pero ahora era diferente. Podía sentir mi cuerpo, mis manos contra el frío y húmedo suelo. Podía escucha el sonido de las gotas que rezumaban por las paredes caer contra el suelo.

    Había llegado, era el momento de ponerse en píe y salir de este oscuro y húmedo lugar. Dangoria me espera ahí fuera...


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